En una ciudad de otra época, un rusito está por hacer alguna diablura (no me pregunten cuál, yo el vidrio no lo rompí).
A mí me gusta pensar que esta ciudad es San Petersburgo.
Hay caballos y carruajes, y empedrado en lugar de asfalto, así que no se oyen motores ni bocinas. Pero no vayas a creer que la ciudad es silenciosa: podemos escuchar la suma de los cascos de los caballos contra el adoquinado y el chirriar de las carretas, el aleteo de los pájaros y sus trinos, los gritos de los vendedores, las voces de los paseantes, campanadas, algunas máquinas a lo lejos, como locomotoras, bocinas de buques y fábricas.
El chico lleva puesta una gorra que me gusta mucho.
Lo dibujé para Editorial Santillana, con lápices y tintas, para comparar cómo era la vida en las ciudades antes y ahora.